A veces sucede que el objeto de la burla se impone al humor y se genera un desequilibro. Es eso, en parte, lo que sucede con No llores por mí, Inglaterra (es cierto, no está la coma en el original), una comedia cómica donde se utiliza el anacronismo (el fútbol en plenas Invasiones Inglesas, algo que no le hubiera desagradado a Mel Brooks) para narrar un cuento. No está mal la intención, hay gags que funcionan (no demasiados) y también momentos técnicamente logrados. El problema es que se imponen primero la necesidad de decir algo feroz contra alguien (sí, claro que se burla de nuestro presente) en lugar de la amabilidad distante del humor. Y falla el timing, lo que le quita efecto al conjunto y es el peor pecado del filme.